jueves, 26 de mayo de 2016

EL DURO CAMINO DE SER FASCISTA

Por Javier Bleda


El rey Felipe VI, en tanto que monarca, es un fascista, pero le cae bien a mucha gente. Su esposa, Leticia Ortiz, también es doblemente fascista, porque apoya un régimen fascista y porque, además, en palacio es ella la que manda. No le cae bien a nadie pero es la reina consorte. Rajoy es fascista, fue puesto a dedo por su otrora caudillo y ahora es él quien no consiente que nadie le tosa. Tampoco le cae bien a nadie pero le votan más de siete millones de personas. Sánchez es fascista, aprendió muy bien aquello de Guerra, “El que se mueva no sale en la foto”. Sus escarceos políticos en busca de la presidencia perdida no hacen que sea el más querido, pero puede que mucha gente esté con él porque más vale izquierda conocida que zurda por conocer.  Iglesias es fascista, tampoco hay que ser demasiado espabilado para ver la “madurez” que encierra en su cabeza. No le cae bien más que a su espejo, pero el miedo sectario es un arma poderosa. Rivera es fascista, y si no que se lo pregunten a los de su partido que fueron investigados por detectives para ver si su sangre política era pura. Este hombre es una especie de político bisexual porque le tira a pelo y a pluma, y aún así hay gente que le sigue. Garzón, Alberto, es fascista, porque no hay nada más fascista que un buen comunista, pero las encuestas dicen que parece buen muchacho, de ahí que caiga bien su fascismo de izquierdas. 

La lista de fascistas podría ser interminable, el que más y el que menos es un poco fascista, si no en su esfera profesional sí en su esfera personal. Fascistas son los que reivindican su bandera pero abominan de la de todos. Fascistas son los que pretenden defender la identidad cultural de los pocos desconocidos, pero no la de los suyos conocidos. Fascistas son quienes desde su antifascismo pretenden aplastar a los que no opinan como ellos. Fascistas son los jueces cuando mandan callar a quien pugna por su inocencia, y también los fontaneros, o los dentistas, cuando imponen las facturas de su saber hacer al sentido común de la economía plebeya. Fascistas son los maestros que no atienden las razones de la juventud, y también los jóvenes que pretenden imponer sus fueros con la excusa de la adolescencia. Fascista es una peluquera que corta por donde quiere porque sabe más que la propia tenedora del cabello, y también fascista es una mujer a quien su marido ha de decir que le gusta su peinado horroroso cuando está recién salida de la peluquería. Fascistas son los periodistas que creen que la verdad no debe arruinar una buena noticia, y por la misma razón, aquellos que creen a pies juntillas que la presunción de inocencia es más una cosa relacionada con la prueba del pañuelo de los gitanos que con el Derecho. Fascistas son los que quieren imponer una democracia sabiendo que ni todos los votos son iguales ni todos somos iguales ante los votos. Fascistas, en resumidas cuentas, son todos aquellos que creen en una idea y la quieren imponer, por tanto fascistas somos todos desde el mismo momento de nuestro alumbramiento, cuando la dictadura de nuestro llanto hace que nadie permanezca impasible.

El pasado 21 de mayo Hogar Social Madrid organizó una marcha en la capital, fue tildada de manifestación racista, de incitadora al odio, de concentración neonazi y de sembrar el culto a la xenofobia. Al parecer, según los cánones de la democracia, manifestarse con banderas españolas bajo el lema “Defiende España. Defiende a tu gente” es la más agresiva muestra de fascismo posible y hay que combatirla con todos los medios al alcance del Sistema ahora usado y abusado por los Anti Sistema. No se puede consentir que unos cuantos cientos de personas crean que primero son los españoles y después todos los demás, pero curiosamente quienes niegan esto no dudarían ni un instante en pelear a vida o muerte por un trozo de pan para los suyos cuando una situación crucial lo requiera. En el fondo, los portadores de banderas patrias lo que reivindicaban era eso, más patria, y desde luego estaban en su derecho de hacerlo, aunque ese derecho se viera conculcado por una manifestación autorizada en contra al mismo tiempo. ¿Esa es la democracia propugnada, en la que unos claman por sus derechos y otros les insultan con autorización gubernativa?

Ramiro Ledesma escribió que “El fascismo requiere, como clima ineludible para subsistir, la vigencia de unos valores nacionales, la existencia de una Patria, con suficiente vigor y suficiente capacidad de futuro para arrebatar en pos de ella el destino espiritual, económico y político de un pueblo entero”. Sin embargo, los aún españoles nos empezamos a sentir huérfanos preventivos de esa “Madre Patria” inculcada en nuestros corazones, jurada en bandera en el caso de los que tuvimos el honor de ello, porque ahora corren tiempos en los que honrar nuestros colores, nuestro himno, nuestras esencias, son sinónimo de fascismo exacerbado, del que huele mal, del que se utiliza para el insulto, del que hay que abominar para no ser señalado con el dedo cruel de los dictadores de una democracia advenediza.

Ser fascista no es fácil, exige un duro camino para desvincularse de los fascistas de medio pelo, que no son otros que los que utilizan la palabra “fascista” como arma arrojadiza. Ser fascista exige orgullo, coraje, valor, pasión, compromiso, estar dispuesto siempre a dar un paso al frente sin dejar que los que vociferan desde las gradas impidan alcanzar el objetivo y, desde luego, ser fascista exige dar la cara sin ocultarse ante los que confunden ser ario con ser ariete, porque eso es lo que hemos de ser todos juntos, un ariete que derribe los muros del gueto en que pretenden encerrarnos.


Me llamo Javier Bleda y, por supuesto, soy fascista.










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miércoles, 29 de mayo de 2013

El momento y los esperadores

Los que políticamente somos de pensamientos extremos siempre solemos estar esperando “el momento” para hacer algo que nos permita parecer salvadores, en este caso de la patria. A veces ese momento parece no llegar nunca, siempre estamos ansiándolo y, mientras, se nos llena la boca de palabras tan grandilocuentes como carentes de sentido, como si fuera el momento el que tuviera necesidad de nosotros en lugar de nosotros de él. Pero sin duda lo más crudo viene cuando ese momento llega y los esperadores no hacemos nada, lo ignoramos, pasamos de largo como si no fuera con nosotros la realidad. Es entonces cuando las palabras dichas empiezan a tomar sentido, a mostrarse como lo que de verdad eran, es decir, nada.

Los salvapatrias hemos pasado de sacar pecho a sacar barriga, y con ello a mostrar que hablar es más fácil que hacer. En los últimos años nunca España ha necesitado tanto de los salvapatrias como ahora, y sin embargo no estamos, no se nos escucha porque no hablamos, y si hablamos ya nadie nos hace caso porque no somos.

Recuerdo un libro del falangista y amigo Gustavo Morales titulado “De la protesta a la propuesta”. Con ese título, y dado que estaba dirigido al entorno azul, no le hubiese hecho falta escribir ni una sola palabra más en su interior, podía perfectamente haberlo dejado en blanco y valerse del título como mensaje único de lo que había que hacer, esto es, ya se ha protestado, ahora propongamos. Pero los esperadores no parecemos de propuesta, más bien de protesta de barra de bar, ahora que Coca Cola sale en defensa de ellos con un anuncio que hasta el Gobierno se tendría que aplicar. ¡Cuánto cambiaría la percepción de los esperadores si fuéramos capaces de articular una sola propuesta nacida de nosotros mismos! Y lo peor, ni siquiera nos damos cuenta que las propuestas ya estaban escritas, no hay más que leer a José Antonio, cuyos pensamientos adquieren ahora una rabiosa actualidad premonitoria, no hay más que hacer eso.

Así pues, dejemos las protestas sin dejar de apoyar los bares, y centrémonos en las propuestas. El título del libro del que fuera digno sucesor joseantoniano, al frente del partido azul, nos debe servir de reflexión para ayudar a una patria que clama a gritos que se retome el todo por ella. Es cierto que no podemos dejar de evolucionar, de ser conscientes que en general el mundo de ahora no es el mundo de hace setenta y siete años, pero en lo esencial sí lo es y las propuestas están escritas. ¿Seguiremos siendo esperadores o nos daremos cuenta que el momento ha llegado?


Me llamo Javier Bleda y soy español

martes, 22 de mayo de 2012

EL REY NO ES UN FANTASMA

Andaba yo pensando en cosas místicas cuando me he encontrado en MediterraneoDigital.com un artículo escrito por mi amigo Ricardo Sáenz de Ynestrillas, al que por cierto también nos han nacionalizado en Argentina (siempre he considerado a Ricardo un bien cultural español, como el Rabo de Toro). En dicho artículo, titulado “La caída del Rey Borbón”, he podido instruirme sobre la facilidad de Su Majestad para caerse, dejarse caer, tropezar, ser tropezado, tirarse, ser tirado y todo tipo de meteduras de pata varias.

El articulo de Ricardo, inspirado en la reciente cacería del Rey en África, que provocó posteriormente un acto de contrición monárquica poco usual, me ha llevado a la conclusión de que el Rey Juan Carlos I no es un fantasma, y cuando digo fantasma me refiero a que no es un ser de otro mundo, sino que parece de carne y hueso. Esta presunta afirmación viene a cuento porque, en 1981, el Rey “atravesó una puerta de cristal que da al jardín del Palacio de la Zarzuela después de jugar un partido de squash”, lo que le provocó numerosas heridas por todo el cuerpo y además, como todos ustedes saben, los fantasmas suelen atravesar las puertas sin romperlas.

Como quiera que Ricardo en su artículo también nos remite a la RAE (por lo visto aquí todo está relacionado con lo real y lo irreal, hasta la academia), por deferencia amical primero hago la consulta por él indicada (“augusto” en relación al monarca) y luego paso a la mía (“fantasma” en relación al mismo monarca augusto). Esto es lo que dice la RAE de “augusto, ta”: (Del lat. augustus). 1. adj. Que infunde o merece gran respeto y veneración por su majestad y excelencia. 2. adj. Título de Octaviano César, que llevaron después todos los emperadores romanos y sus mujeres. 3. m. Payaso de circo.

En la primera acepción, si es la que Ricardo pretende que sea la que apliquemos al Rey, nos encontraríamos con el objeto de una gran controversia porque, por poner un ejemplo, ya en 1981, año del golpe tejerino y también de la embestida real contra la puerta, hubo efectivamente quienes le hicieron augusto. Y no me refiero a los adoradores de la joven democracia, que también, sino a aquellos a quienes considerábamos “unos de los nuestros”, que movidos por el giro real que dio la situación decidieron apostar a caballo ganador, en todo caso igual que también hizo el propio augusto.

Si de lo que se trata es de aplicar la segunda acepción, hubiese querido estar acompañado de mi también amigo Gustavo Morales para escribir este artículo, es un gran experto en Historia y me podría haber explicado si la aplicación de augusto, en este caso, vendría a cuento con el hecho de las creencias religiosas de aquellos tiempos y el Rey tendría una autoridad sobre el pueblo, y sobre la naturaleza, por encima incluso de la propia Constitución. Claro que, conociendo a Gustavo, más bien me habría hablado de la “corona cívica” usada por Augusto y que se colocaba sobre la cabeza de los generales victoriosos mientras el tipo que la sujetaba le decía: “memento mori” (recuerda que eres mortal), ya que esto sí parece más aplicable a nuestro Rey habida cuenta de los trastazos que se pega todo el tiempo.

Respecto de la tercera acepción, la de “payaso de circo”, dejo la interpretación en manos de los lectores, porque yo estoy seguro que no es la que aplicaría Ricardo al Rey, sobre todo por el respeto que le profesa.

En cuanto a lo que la RAE dice de la palabra “fantasma” ((Del lat. Phantasma), nos encontramos con una variedad de acepciones de lo más interesante, a saber: 1. Imagen de un objeto que queda impresa en la fantasía. 2. Visión quimérica como la que se da en los sueños o en las figuraciones de la imaginación. 3. Imagen de una persona muerta que, según algunos, se aparece a los vivos. 4. Espantajo o persona disfrazada que sale por la noche para asustar a la gente. 5. Persona envanecida y presuntuosa. 6. Amenaza de un riesgo inminente o temor de que sobrevenga. 7. Aquello que es inexistente o falso. 8. Población no habitada.

Si hacemos una vista rápida de todo esto podríamos pensar que cualquiera de estas acepciones son aplicables al Rey (excepto la tercera al no conseguir atravesar la puerta de cristal), porque en su fantasía tiene impresa la imagen de la corona, porque tiene una visión quimérica de la realidad, porque cuando se viste de rey asusta a más de uno, porque hasta él mismo se cree que tiene la sangre azul, porque sabe que algo puede pasar si esto sigue así, porque en realidad la monarquía es algo que solo existe en el imaginario traído a colación por la noche de los tiempos y, finalmente, porque España dejará de ser una población habitada si las familias que no tienen trabajo deciden irse a Botsuana, donde al menos funciona el negocio de la caza.

Pero no, no se lleven ustedes a engaño por mis juegos de palabras, el Rey no es un fantasma ni quiere serlo. Si fuera un fantasma no seguiría necesitando los servicios de Eduardo Serra, ni éste le habría tenido que colocar a algunos súbditos en puestos clave, como Pedro Arguelles, Secretario de Estado de Defensa, o Amelia Aguilar, responsable de Comunicación de la Secretaria de Estado de Defensa, o a Joaquín Madina, Director de Comunicación de Defensa, o a Emilio Lamo de Espinosa, como Presidente del Real Instituto El Cano.

Y, sobre todo, el Rey no es un fantasma porque, a pesar del valor que le suponían algunos antes del 23-F, es posible que a la hora de la verdad no quiera convertirse en un ser espectral, de hacerlo no le serviría de nada pedir perdón, los elefantes no tienen fantasmas (o eso creo), pero las personas puede que sí, incluidos los no natos y las madres cuya muerte fue real a pesar de llevar una vida de película.

Sandra, un beso, estés dondequiera que estés dentro de la tercera acepción de fantasma a la que llegaste contra tu voluntad.

LA CAIDA DEL REY BORBON por Ricardo Sáenz de Ynestrillas http://www.mediterraneodigital.com/opinion/columnistas-de-opinion/4495-la-caida-del-rey-borbon-por-ricardo-ynestrillas.html

miércoles, 16 de diciembre de 2009

La guerra es contra la indiferencia

Hace unos días alguien que apenas me conocía, pero que estaba interesado en saber más de mí, me preguntó: "¿Eres tú el mismo Javier Bleda del blog político?" Evidentemente, le contesté afirmativamente, más que nada porque mi foto no deja lugar a dudas. Y es que mi interlocutor no podía creer que una persona de mi ideología fuera, al mismo tiempo, un acérrimo defensor de África y, por ende, de los africanos.

La tendencia natural de la extrema derecha, de los fachas, de los fascistas o de cómo demonios nos quieran llamar, siempre ha sido la de ver a los africanos de manera despectiva, como si no tuvieran derecho a la vida o, para ser más exactos, como si lo tuvieran pero en sus propios países, porque en España no se les ha perdido nada. Ha sido ese síndrome racista, al que ahora se le une el xenófobo, el que ha marcado muy negativamente a los que nos encontramos más allá de la descafeinada derecha del Partido Popular. Se ha dicho de todo, y no muy bueno, sobre los negros, y si hablamos de fútbol ya para qué contar, todo el mundo sabe lo que puede significar ser negro y enfrentarse, por ejemplo, a los ultras de un equipo blanco.

Para los que nos encontramos al Sur de Rajoy, va a ser prácticamente imposible quitarnos ese estigma de racistas inhumanos, cuyo odio por lo diferente solo es comparable con personajes de la talla de Hitler y otras perturbaciones humanas por el estilo. Pero he aquí que ya somos muchos, y cada vez más, que nunca hemos entendido ese dar por hecho que fascista y racista caminen de la mano, porque nunca lo hemos sido y, sobre todo, porque nuestras propias convicciones morales, religiosas y personales nos permiten estar a la altura de lo que, en justicia, debería ser un Ser Humano. Y luego la estupidez. Porque hay que ser estúpido, pero mucho, para defender el derecho a la vida de los no natos y, al tiempo, odiar a los nacidos de otro color.

Pero en todo caso no quiero, ni pretendo, hacer en este artículo una disquisición teórica sobre el incomprensible advenimiento xenófobo racista a la causa extrema. Más bien, mi intención es hacer ver a los presuntos lectores, y el que quiera entender que entienda, que, si bien el vulgo y los que quedan al Este de Rajoy, don Mariano, y también decenas de intelectuales, se encuentran como más poseídos del derecho a la solidaridad y a entender los males del mundo, no es menos cierto que entre todos, los unos y los otros, azules y rojos, permiten, permitimos, que se siga jugando con África como si, en el fondo, no existiera o, si es que existe, su existencia se limita a los telediarios y a dar alguna limosna de cuando en cuando.

Todos somos culpables de no hacer nada, todos somos xenófobos y racistas por dejación, o lo que sería peor, todos somos indiferentes ante la muerte diaria gratuita de miles de niños y adultos que deberían tener derecho a la vida. Y después invocamos a Dios, y le rezamos. O invocamos nuestra inteligencia ante la ausencia de un dios en nuestras vidas, pero el resultado es el mismo. ¿De qué sirve no ser racista si uno se mira su propio ombligo e ignora la catástrofe humanitaria que se vive en África o, dicho con otras palabras, el genocidio que estamos cometiendo los que, desde nuestra fijación por el consumismo, entendemos que es mejor vivir bien, y pelear por vivir mejor, que vivir y ayudar a vivir?

Si el Rey quisiera, si Zapatero quisiera, si Rajoy quisiera, si los autonomistas independentistas quisieran, si los dirigentes políticos quisieran, si nuestras instituciones más insignes quisieran, si todos quisiéramos, dejaríamos de pensar quién es racista y quién es antirracista para centrarnos en lo que de verdad importa, la defensa de los derechos humanos, empezando por enseñarla en la escuela como asignatura obligatoria. No recuerdo haber tenido que hacer nunca una raíz cuadrada en mi vida normal, pero sí he visto como varios niños morían en mis manos sin poder hacer absolutamente nada por ello. En mi colegio nunca me hablaron de ello, o al menos nunca me prepararon para afrontar el reto de saber que vivo bien mientras otros mueren mal.

Sí, definitivamente el Javier Bleda que ha escrito un mensaje en forma de librito para la ayuda urgente a África es el mismo Javier Bleda de ideología joseantoniana. Siempre me he sentido azul, pero desde hace más de quince años también me siento negro y no me odio por ello, más bien al contrario, doy fe pública para que los que tanto hablan del honor patrio sepan que, dentro de nuestras propias fronteras, hay una guerra declarada en la que tenemos que dejar lo mejor de nosotros mismos, es la guerra contra la indiferencia.

jueves, 19 de noviembre de 2009

POR LA LIBERTAD DE JOSE ANTONIO

El caudillo Franco caminaba presto, convencido de su autoridad, portando en su uniforme el yugo y las flechas usurpados años atrás al mismo muerto al que precisamente pretendía rendirle homenaje en el Valle. Ese fue un momento grande para la memoria del difunto. No por la visita del general generalísimo. No porque se conmemorase a lo grande su recuerdo lapidario. Ese fue un día grande porque los falangistas, con camisas azules, con camisas negras, dieron la espalda al pequeño gran hombre haciendo girar al tiempo a toda la formación que rendía honores.

En la vida sólo nacen con honores reconocidos los pertenecientes a la monarquía, y esto puede ser debido a que la consanguinidad les puede impedir ganarlos en justa lid. Pero los que tenemos la sangre roja hemos de ganarnos a pulso esa mítica y ridícula creencia del derecho al honor, algo que durante muchos años nos lleva por la calle de la amargura hasta que, ya maduros, nos damos cuenta que el concepto del honor se ha disuelto en nuestros días paseando por ellos con más pena que gloria. Sin embargo, para Francisco Franco el honor era algo fundamental, se trataba de un elemento con el que atar bien atados los fasces y controlar así el sentimiento patrio impuesto a toque de imperio militar. Por eso aquél día los falangistas le pudieron en lo moral, porque le dieron la espalda jugando con los honores, como con ellos jugó también el valiente que gritó “¡Traidor!”, siendo consciente que con ello el honor tocado del general podría acabar de un plumazo con su honor gritado.

En la cárcel de Alicante, tras la orden de abrir fuego, las balas salieron de los fusiles sin piedad, atravesando el aire en busca del cuerpo de un revolucionario de una revolución no acabada, ni tan siquiera apenas empezada, o como escribió Gustavo Morales “La revolución pendiente”. Se podía haber evitado que las balas llegaran a su destino no dejando que aquellos soldados apretasen el gatillo, pero era mejor consentir, mirar hacia otro lado, echar la culpa al enemigo y crear un mártir sobre cuya tumba poder encaramarse para hacer ver mejor quién era ahora el revolucionario jefe.

José Antonio, Franco. Franco, José Antonio. El binomio no es binomio, sino dicotomía, porque Franco quería ser José Antonio, pero el revolucionario nunca pretendió ser Franco. Alterar los estados de conciencia hasta convencer a las masas de que se hereda una revolución no es un delito, pero si paranoia pura de lo que se quiere ser y no se es. Por eso al caudillo le dieron donde más le podía doler, al ofrecerle la espalda, al gritarle traidor, en ese sentido del honor que él pensaba había heredado de Heredia el mismo día que lo fusilaron, como si el alma del muerto hubiese escapado por el agujero hecho en su cuerpo por una de las balas, cuyo origen tan bien conocía el dueño del Pazo, y se hubiese transmutado en un nuevo ser, el reconvertido revolucionario Bahamonde.

Llegado un nuevo 20-N claman unos falangistas, aclarando que son auténticos, por la libertad perdida del difunto José Antonio. Y claman, y reclaman, porque entienden que las proclamas del revolucionario no han de equipararse, ni pueden, a las del general generalísimo, y menos se las puede manipular hasta el punto de continuar conmemorando conjuntamente la muerte de ambos dos. En todo caso, nada se sabe de que en el manifiesto exhibido a costa de esta pretensión se haga mención alguna al esfuerzo realizado por los médicos que atendieron a Franco para que su muerte coincidiera con la fecha de la del revolucionario. Incluso me atrevería a decir que haber liquidado al general generalísimo el 20-N, y enterrarlo junto al revolucionario, fue la culminación póstuma de los anhelos de un hombre por querer parecerse a quien no pudo ser, como si al hacerlo él también pasara a formar parte de ese espacio exclusivo reservado en el Universo para los grandes. En realidad, sin pretender ofender a nadie, y desde un punto de vista meramente literario, casi se dan todos los elementos para conformar una novela gay. Y hablando de gays, esto me recuerda que Pedro J. Ramírez me cita en su libro El Desquite alegando que “Javier Bleda se peina con gomina para parecerse a José Antonio”. Fue una lástima que Franco no tuviera pelo delantero suficiente como para saber si el bueno de Pedro J. hubiese escrito lo mismo de él, porque ya hubiera sido el colmo.

Pues bien, yo también me sumo a la propuesta de liberar la memoria de José Antonio de unas cadenas que lo mantienen atado históricamente a la figura de Franco. Nadie homenajearía al mismo tiempo a ejecutor y ejecutado. Bastante debe tener el espíritu del revolucionario vagando por las noches en Cuelgamuros, con el general generalísimo a su lado, sin parar de escucharle hablar sobre lo bien que ha ejercido de falangista progre durante cuarenta años. Efectivamente, como sabiamente manifiesta el manifiesto de Falange Auténtica, la visión joseantoniana de la vida distaba mucho de la que el caudillo sugería a sus súbditos. Y como nada hay que equipare a uno con el otro, ni en ideas, ni en formas, ni tan siquiera en lo esencial, justo es reclamar que se deslinden unos caminos que se unieron a la fuerza y se mantuvieron así fruto de la costumbre y el derecho de paso adquirido con los años. Claro que, ya puestos, el revolucionario seguramente tampoco estaría muy de acuerdo con el hecho de que su querida Falange fuera primero violada por el consentidor de su muerte y luego, después de ultrajada, cortada en pedazos por unos postreros seguidores que compiten por ser herederos de un legado ideológico que, en realidad, pertenece a todos aquellos que sigamos pensando en la revolución pendiente. Defender que no puede haber dos españas, pero sí varias falanges, es como defender que el caudillo fue un santo, y eso solo pasa en el Palmar. A este respecto sería interesante recordar lo escrito por el profesor de Sociología de la Complutense de Madrid, Ignacio Sánchez-Cuenca: “Los acontecimientos de los últimos años han mostrado que nuestro Estado de derecho no sólo está excesivamente manoseado, sino que además ha quedado vapuleado por sus más aguerridos defensores”. Algo así pasa con la Falange de José Antonio, vapuleada y manoseada precisamente por los que más la quieren.

Y luego Ynestrillas, mi amigo Ricardo Sáenz de Ynestrillas, que se ha propuesto acabar con los ultras que visitan su blog a base de publicar una suerte de poemas que parecen sacados del cuaderno de apuntes nocturnos de la mesita de noche del general generalísimo: “No escribir nunca nada que no rime conmigo / y decirme, modesto: ah, mi pequeño amigo, / que te basten las flores, las frutas y las hojas /siempre que en tu jardín sea donde las recojas”. ¡Dios mío! Alguien debería hablar con Ricardo.

Ynestrillas se alinea aguerridamente del lado de los que manifiestan en su manifiesto la libertad póstuma de José Antonio. Y yo le apoyo. Y no sólo por amistad entre hombres (la última vez que nos vimos creo que fue en un concurrido café de Chueca), sino porque creo que tiene razón al exigir nuevas armas para nuevos tiempos.

La celebración del 20-N es esperpéntica hasta el punto de parecer una concentración de loteros, porque en realidad lo que une a todo el mundo ese día es que compra lotería que, tal vez por la sobrecarga de simbología ultra, es manipulada por los servicios inteligentes para que no toque nunca. Y por si fuera poco los antifascistas, que este año estarán crecidos por la sentencia del caso Palomino. Y entre ellos podría estar mi propio hijo, quien gusta lucir estética extrema de antifascista, posiblemente porque ha salido tan revolucionario como su padre. Y entre los loteros y los antifascistas un escenario con entrañables ancianos manifestando su propio manifiesto sobre la unidad de España, la cobardía del Rey, no sé cuántas cosas más de Zapatero y un play back del cara al Sol porque ya no tienen energía ni para cantarlo. Todo ello después de haber obsequiado a los presentes con una hermosa loa interminable a Franco, José Antonio, los Reyes Católicos y hasta el propio Cid Campeador.

Eduardo Toledano, el que en vida fuera el alma mater de los ex combatientes, se me quejaba de Ynestrillas porque le hacía la competencia en la plaza de San Juan de la Cruz. “Este muchacho vale mucho”, me decía, “pero el muy jodido no tiene paciencia para que poco a poco lo convirtamos en el líder que tiene que ser”. Y ya está, tampoco me decía mucho más de Ricardo porque inmediatamente pasaba a hablarme de su auténtica pasión, las mujeres. Tal vez por eso nos llevábamos tan bien. Pero si ahora Eduardo estuviera vivo le preguntaría cómo puede uno presentarse el 20-N a defender unos ideales cuando, en nombre de esos mismos ideales, un chiquillo militar mató a otro más chiquillo que él sin venir a cuento. En nombre del fascismo mató uno y en nombre del antifascismo murió el otro. Ridícula la postura del primero, que llegó a decir en el juicio que patriota es el que se alegra de que gane la selección española de fútbol (sic). Triste la muerte del segundo, como todas las muertes, pero ésta más si cabe por el hecho de haberse dado entre niños que nada saben ni del fascismo ni del antifascismo, porque con sus actitudes lo que conseguían era que los extremos se tocasen hasta el punto de no poder distinguir lo uno de lo otro. Y el fiscal Javier Zaragoza empeñado en perseguir la asociación de los unos ignorando la violencia de los otros, haciendo como que no va con él, ni con el sistema, la obligación de educar a los jóvenes en la convivencia pacífica en un mundo del que nos acabamos de enterar que es redondo y que las patrias deben ir dejando lugar a la Humanidad.

Recuerdan los falangistas auténticos en su manifiesto que a José Antonio no le gustaría ver dos españas enfrentadas. Pues entonces mejor que se quede en la tumba soportando los paseos nocturnos con Franco, porque España, los españoles, no hemos aprendido nada de la Historia, de nuestra Historia. Fascistas y comunistas. Azules y rojos. Eran los años 30 del siglo pasado. Y todavía seguimos con lo mismo. Con un presidente del Gobierno que nos engañó con su sonrisa y su talante y que sigue pensando que los españoles son más que tontos. Con un líder de la oposición incapaz de controlar su propio partido y contagiado por la estrategia del “Y tú más” de los socialistas.
Seguimos con una España dividida y subdividida. Dividida en dos grandes bandos a partes iguales, de izquierda y derecha. Subdividida en ridículas aldeas autonómicas que claman el estatuto de nación teniendo un grupo terrorista y un presidente de club de fútbol como máximos exponentes de sus pretensiones. Seguimos con una España en la que cada día nuestros políticos nos muestran su peor cara, la de gente que se cree por encima del bien y del mal cuya única finalidad es descabalgar al adversario, poco importan los problemas reales y urgentes del pueblo. ¿Y queremos que no existan fascistas y antifascistas? Somos nosotros, los mayores, nacidos después del odio de la guerra y la post guerra, los que no hemos encontrado solución para la reconciliación, ni para la nuestra ni para la de nuestros descendientes. Mi hijo podía haber sido Carlos Palomino, el antifascista muerto. Y cualquiera de nosotros podía haber terminado cualquier día como Josué Estébanez, el fascista vivo.
Franco y José Antonio. Fascistas y antifascistas. Sí o no al 20-N. Derechas o izquierdas. PP o PSOE. Una España o muchas. Demasiadas preguntas. Que cada cual haga lo que quiera, pero conviviendo en paz, como también escribió Gustavo Morales, el otrora controvertido jefe nacional de Falange y también mi amigo: “De la protesta a la propuesta”. En todo caso, como en el fondo de lo que hablamos es de ideas patrias, me quedo con lo escrito por Maruja Torres en El País Semanal: “Están afortunadamente los sueños que nos sueñan, y que a veces nos dan patrias que no necesitamos defender, porque van y vienen y constituyen un regalo infinito, un territorio vago y múltiple en el que somos mejores y del que, al despertar, emergemos quizá con la tristeza de haber finalizado el viaje, pero indudablemente enriquecido nuestro avituallamiento para el día”.

lunes, 3 de agosto de 2009

ROMPER ESPAÑA

La idea no es mía, sino de Pedro J. Ramírez, que en su artículo de El Mundo “ETA y el Constitucional” escribe que ellos, los de la banda, “tratan de romper España para crear un Estado vasco independiente al coste que sea”. En su introducción, la del artículo, Pedro J. relata una interesante historia sacada de la Historia, en la que le gusta bucear tanto como a Gustavo Morales, el otrora jefe nacional de Falange.

Cuenta Pedro que allá por 1790, y más concretamente el 11 de enero, hubo un debate en la Asamblea Constituyente que impulsaba la primera fase de la Revolución Francesa y al que asistían dos hermanos vascos. Uno de ellos, Garat el Joven, escritor, manifestó que “Se dice proverbialmente que el diablo vino a vivir con los vascos para aprender su lengua y no lo consiguió”. Por su parte el otro hermano, Garat el Viejo, abogado, añadió “No sé si cuando un pueblo ha conservado durante siglos costumbres patriarcales, puede ser moral y políticamente bueno mezclarle con pueblos más civilizados”.

En este caso, aunque uno no sea tan pertinaz historiador como Ramírez y Morales, he de estar de acuerdo en lo bien traído de la cita pedrojotiana para ilustrar una realidad más que cotidiana que ya, desde la noche de los tiempos, hace que el hecho diferencial vasco sea tan excluyente que hasta el mismísimo Diablo, cuya existencia es reconocida de facto por la Santa Sede, desesperase de aprender una lengua tan intrincada como las mentes de los euskoparlantes.

De no ser por los muertos hasta resultaría gracioso el debate de querer ser nación por agotamiento diabólico, pero hete aquí que hay víctimas, muertas muertas y muertas en vida, y eso eleva dicho debate, no el de 1790 sino el de 2009, a la categoría de enfrentamiento entre pueblos, que no es otra cosa sino una guerra, por mucho que lo queramos disfrazar con palabras menores. Ya José María Aznar, como también cita Pedro, convino que aquellas gentes del norte, a la vista de los acontecimientos, conformaban una suerte de “Movimiento de Liberación Nacional” y esto, que al director de El Mundo le parece un error, a los fascistas nos pareció que por fin se estaban planteando las cosas como debía ser, es decir, dos bandos enfrentados que debían atenerse a las reglas de la guerra, limpia o sucia, la que fuera, pero guerra a fin de cuentas. Sin embargo la alegría nos duró poco, porque de lo que se trataba era simplemente de preparar las condiciones para una nueva negociación, aunque fuera con las imposiciones de un Estado poco dispuesto a bajarse los pantalones.

Muchos muertos después, muchísimos, de los muertos muertos y de los muertos en vida, seguimos preguntándonos qué quieren los vascos y su grupo militar, siguen formando parte de nuestro día a día noticioso, siguen siendo los responsables de que se nos encoja el corazón de cuando en cuando y juegan con nuestra ridícula Constitución con tanta facilidad como lo hacen a la pelota vasca. ¿No sería mejor que, de una vez por todas, se les dijera a los vascos que elijan bando y que los que se decidieran por seguir siendo españoles se aparten para que no les salpique la sangre?

Por ahorrarles trabajo a jueces y fiscales quiero manifestar que Javier Bleda, el que suscribe, no está llamando al pueblo español a levantarse en armas contra nadie, tan ridículo no soy porque puedo imaginar la respuesta popular. Es más, hace tan solo un par de días uno de mis ex suegros, buen amigo por consiguiente del jefe socialista que fuera fundador y jefe de los GAL, me preguntaba por qué los españoles no hacíamos nada para acabar con esta sangría de una vez, a lo que le contesté que, si los ultras éramos incapaces de organizarnos para acabar con el enemigo, ya podía imaginar lo que costaría convencer a las masas que a lo más que llegaban era a mancharse las manos de blanco y a señalar estúpida y borreguilmente sus nucas.

A este juego pseudo filosófico entre nacionalistas de patria grande y de patria chica se nos han unido, por si faltaba algún esperpento, el capitán general de los Ejércitos, Rey de España por una gracia de Franco, y el obispo de San Sebastián que pretende conseguir lo que el Diablo no pudo.
Juan Carlos I ha dicho a su regreso de Madeira, en referencia a ETA, que “Hay que darles en la cabeza y combatirlos hasta acabar con ellos”. ¿Y eso lo ha dicho en calidad de qué?, ¿de Rey?, ¿de Jefe del Estado?, ¿de jefe de los Ejércitos?, ¿de español?, ¿de amo de su casa o de qué? Estas declaraciones, que no son normales en el monarca y que bien pudieran entenderse en el contexto de rabia general, habrían tenido contenido de haberlas hecho en el momento del atentado de Burgos, pero claro, un atentado sin muertos muertos, aunque tenga muertos en vida, no tiene la misma categoría.
De todas formas, ya puestos a dar por hecho que los atentados con muertos muertos son mejores para dejarse llevar por la rabia, tampoco hubiera estado mal que, para “darles en la cabeza y combatirlos hasta acabar con ellos”, Juan Carlos I, Rey de España, hubiese anulado in extremis su viaje a Madeira, calientes todavía los cuerpos de los guardias civiles, y se hubiese puesto al frente de lo que hubiera creído conveniente para el combate al que él mismo apremia a los españoles. Pero no, Su Majestad prefirió no hacerle el feo a su amigo Cavaco Silva, y mucho menos sabiendo que a ambos los iban a investir miembros de la Cofradía del Vino, que como todo el mundo sabe no es cosa menor según para quien, pero no es comparable con la sangre derramada de los guardias civiles.

Y mientras monseñor Uriarte, queriendo ser más que el Diablo de los vascos de Pedro J. de 1790, desde su púlpito de San Sebastián, ofreciendo a la Iglesia Católica como “catalizador del diálogo” siempre y cuando todos nos opongamos “tajantemente al terrorismo con todos los medios justos cuidadosamente examinados y respetuosos de los derechos humanos intangibles”. Como yo no estaba presente en la homilía no tengo ni idea si matizó qué quería decir exactamente con lo de combatir el terrorismo siendo respetuosos con los derechos humanos intangibles. ¿Se refería a que hemos de ser exquisitos con los terroristas para respetar sus derechos humanos intangibles?, ¿es que hay alguien que dude de que, sabedores de que el Diablo no los entiende, no vamos a hacer ningún esfuerzo por enviar sus almas intangibles al infierno? Cosa diferente es que queramos mandar al cementerio a su yo tangible, pero eso ya queda entre el Rey y nosotros, los combatientes.
Y esto último lo digo convencido, porque si el Rey, que es tan católico que hace jurar a los ministros ateos ante una Biblia y un crucifijo, no tuvo el menor inconveniente en refrendar con su firma la ley del aborto, a pesar de las advertencias de la alta jerarquía eclesial, es decir, que si al Rey no le tembló el pulso para autorizar el asesinato de seres humanos no natos, vascos y no vascos, mucho menos le iba a temblar ahora para pasar de la Iglesia y, dejándose de ñoñerías sobre la intangibilidad, combatir al enemigo autoproclamado dándole en la cabeza y donde haga falta. ¿O no es así?, ¿o es que se trata de una de esas proclamas de quien tiene firma pero no pinta nada, de quien viste el uniforme pero no es capaz de dar un puñetazo en la mesa y decir ¡basta ya! de vascos separatistas?

Pedro J. Ramírez, con la finura que caracteriza a este tipo de hombres tangibles por dentro e intangibles por fuera, apunta bien cuando escribe que ETA, a lo que de verdad aspira, es a que el Tribunal Constitucional, ese Tribunal, certifique que Cataluña es una nación y el Partido Socialista de Euskadi se coaligue con el PNV en busca de un estatuto similar, donde lo único que importe es que los togados superiores del reino les den patente de corso para sentir reconocido el hecho diferencial y con ello abierta la ruta legal hacia la negación de España en su día a día.

Si el Rey quiere darles en la cabeza y combatirlos que pida voluntarios y se ponga él mismo al frente, hasta yo pelearía a su lado; agallas desde luego no le faltaron para ver a su padre renunciar a la Corona en su beneficio, o para olvidar sus juramentos a la patria, a esa que le admitió como príncipe y le hizo rey. Pero si de lo que se trata es de lanzar peroratas cara a la galería, de olvidarse que es un militar y con eso de “darles en la cabeza y combatirlos hasta acabar con ellos” sólo quería decir que respetando el estado de Derecho y los bienes tangibles de los terroristas, entonces, no voy a negarlo, me tendrá enfrente, nos tendrá enfrente a los fascistas, porque para ser un buen vasallo hay que tener un buen señor, y no parece que sea el caso.

Claro que también podríamos dar otra lectura a todo esto. Ray Loriga escribe en El País Semanal un artículo titulado “Los niños” en el que apunta que “Todas las leyendas sustituyen la razón por una causa mágica. Podría decirse que la patria es un paraguas similar. Lejos de su cuidado estamos a la intemperie y, sin embargo, no existimos realmente en su cobijo”. Los vascos tienen su causa mágica patriótica, los españoles tenemos la nuestra, todos somos patriotas sin reconocer que, como dice Loriga, “Un patriota es casi siempre el enemigo del futuro personal, aquel que pretende cobrar por algo que ningún individuo puede en esencia perder”. ¿Qué vasco, patriota o no, dejaría de ser vasco porque el rey le atice en la cabeza?, ¿y qué español va a dejar de serlo porque deje de pensar en aquello del imperio donde nunca se ponía el Sol, siendo que además en el norte vasco el astro rey no brilla mucho, como también le pasa al Rey?

Muchas veces me he preguntado qué es ser fascista, o comunista, en estos tiempos globales donde lo divino y lo sublime se funde para dar paso a lo sustancial. ¿Qué derecho humano tangible tienen los vascos para matarnos?, ¿y qué derecho tenemos los no vascos para obligarles a ser españoles?, ¿y cómo se come que Bin Laden, al que todavía no conozco personalmente, se convirtiera en mi enemigo el día que dijo que había que reconquistar Al Andalus, es decir, que quiere invadir Albacete, de donde yo soy y que no es menos que Bilbao?, ¿es que la sangre de uno solo de los muertos muertos, o de los muertos en vida, no vale más que todas las patrias juntas?
Hoy por hoy tenemos una Iglesia Católica, con categoría de Estado, y a la que respetan por igual vascos y españoles, que plantea un diálogo respetuoso entre víctimas y verdugos. Tenemos un Rey de España, miembro de la Cofradía del Vino de Madeira, que aboga por la línea dura de la imposición y el combate. Tenemos también un montón de vascos, demasiados, que sigue considerando que no es correcto intentar mezclarles con pueblos más civilizados. Y tenemos españoles, millones, que durante décadas no han hecho nada, no hemos hecho nada, por equilibrar la violencia o por dar paso a la independencia.
Ante todo esto sólo cabe una reflexión, la que hay que hacerse cuando un niño de cinco años, como el mío, pregunta, ante lo evidente de los telediarios, que por qué unos señores querían matar a los niños que estaban durmiendo en el cuartel de Burgos. Respuestas puede haber muchas, alentando a la violencia o a la paz que puede provocarnos el hartazgo patriótico propio y ajeno, pero yo me quedo con la de Ray Loriga, que puede que no sea ultra, ni patriota español, pero que inteligentemente ha escrito: “Tiene que haber una solución no mal intencionada en la ecuación de la educación de nuestros hijos, una que no incluya ni la magia ni la patria, sino el respeto por las cuestiones que nos incumben y nos cuidan, pero que no nos determinan”.

martes, 20 de noviembre de 2007

La galaxia de Ynestrillas

En estos días de tanta mención al fascismo y al antifascismo, de tanta preocupación por dar a entender a la ciudadanía que los actos de una parte de la memoria histórica serán la última vez que se celebran en tan sacrosanto lugar para muchos y, por supuesto, en días también en que el Rey es objeto de conversación y debate por diferentes hechos, no deja de tener su gracia que se saque a relucir en los principales noticieros el otrora acontecimiento de la “Operación Galaxia” con el fin, fundamentalmente, de hacer saber a la población que esto del fascismo da miedo pero está controlado, sobre todo porque el garante es el general Félix Sanz, quien con cínica sonrisa televisiva nos da a entender a todos, incluidos los militares, como su mejor aviso a navegantes, que esos eran otros tiempos.

No parece que fueran otros tiempos cuando el general Mena, hace tan solo un año, dijo en su discurso de la Pascua Militar: “Por razón del cargo que ocupo no debo, en actos como éste, expresar mis opiniones personales. Pero sí tengo la obligación de conocer los sentimientos, inquietudes y preocupaciones de mis subordinados y transmitirlos, como es habitual, a la máxima autoridad de mi Ejército, y hacerlos públicos, por expreso deseo de aquellos”. Sin embargo, el nuevo garante de la Patria, el JEMAD Sanz, no tuvo inconveniente en alentar al entonces ministro de defensa, José Bono, para que se arrestase al condecorado Mena de manera fulminante.

Tal vez lo que más molestó al JEMAD Sanz fue que, militarmente hablando, Mena recordó que el Ejército español figuraba, entre otras cosas, como verdadero garante de la unidad de la Patria, y no Sanz, que también, para lo cual no dudó en recordar: “Hemos jurado guardar y hacer guardar la Constitución. Y para nosotros, los militares, todo juramento o promesa constituye una cuestión de honor”. Y si unimos el recordatorio de que para un militar todo juramento o promesa constituye una cuestión de honor, con la ambigüedad del jefe de Sanz en este aspecto, nos encontraremos, una vez más, no con el hecho de que se agitase “el fantasma del golpismo”, sino con algo mucho más profundo, a la Corona no se le puede tocar, ni tampoco insinuar nada, y menos el deshonor.

Unos 50 oficiales retirados, porque a los no retirados les pesa la nómina más que el verdadero honor de defender a uno de los suyos, escribieron una carta a La Razón en apoyo de Mena en la que se podía leer: “Creemos que poner de manifiesto a sus superiores, en el citado contexto (la Pascua Militar), el conocimiento de una inquietud en el seno de las Fuerzas Armadas, el citar un importante artículo de la Constitución, el testimoniar el deber de todo militar de ser fiel al juramento o promesa de guardar y hacer guardar esa Constitución y el hacerse eco de un estado de opinión pública generalizado y recogido al detalle, día a día, en todos los medios de comunicación, no puede ni debe considerarse una opinión o injerencia personal sobre temas políticos”.

El mismo periódico, La Razón, también publicaba un artículo del filósofo Gustavo Bueno en que se leía: “Y si un Gobierno decide, en nombre de un pánfilo pacifismo, no apelar jamás a las Fuerzas Armadas, pensando que en el Estado de derecho las leyes se cumplirán por virtud de su propio prestigio, será porque ignora del modo más imprudente que la fuerza de obligar de las Leyes procede en última instancia de las Armas. Y en este sentido dice Don Quijote: «Quítenseme delante los que dijeren que las Letras [es decir, las Leyes] hacen ventaja a las Armas, que les diré, y sean quien se fueren, que no saben lo que dicen.»”.

El entonces capitán Sáenz de Ynestrillas estimó, junto con el teniente coronel Tejero, que era llegada la hora de actuar, y que la Galaxia de aquella cafetería podría servir algún día para ilustrar una decisión tomada para un país que había comenzado a vivir en las nubes. Ahora la cosa ha ido a más, ya no es un problema de la galaxia, sino universal, como universal es la procaz idea de una Alianza de Civilizaciones cuando, como escribe el camarada y amigo Gustavo Morales en minutodigital.com: “Las comunidades islámicas se instalan en países europeos que les brindan los derechos políticos, económicos y sociales de los que carecen en sus países de origen. Ahí comienza una acción que les llevará de su presencia como invitados ajenos a otro nivel donde reivindicarán la total hegemonía, sin espacio para otras religiones”.

Pero nadie puede intentar ver los confines del universo si es incapaz de controlar lo que de verdad se está cociendo en su propia galaxia. A nadie con un mínimo sentimiento patriótico hay que recordarle lo que está pasando aquí, en España. No ha lugar, ni tiempo, para repetirnos una y otra vez sobre lo mismo, como repetitivos, y hasta lamentables, son los manidos discursos de la Plaza de Oriente. El castigado discurso del general Mena podría condensar esto que manifiesto en cuatro palabras que, sin duda, fueron el detonante de su arresto: “La historia se repite”.

El capitán Sáenz de Ynestrillas, luego comandante, murió asesinado por aquellos contra los que no le dejaron combatir, pero su memoria, sus convicciones y su hijo Ricardo, mi amigo, siguen vivos. Es él, Ricardo, quien escribe en su blog respecto de su visita al Valle en el homenaje a José Antonio: “Sonaba el Cara al Sol de forma diferente. Siendo un himno de amor y de guerra parecíame que hoy sólo clamaba guerra”.

Así es. Nuestra propia marcha sobre Roma sigue pendiente. Tal fecha como el día de hoy es buena para recordarlo.

martes, 2 de octubre de 2007

Tiempo de lamento

La Corona se defiende porque, efectivamente, como ya otros han mencionado, el Gobierno le ha dicho que toca defenderse. Y lo hace porque la institución se quema, más allá del asunto de las fotos de cuatro pringados pseudoradicales, más allá de la fama de mujeriego que los medios de comunicación otorgan a su principal representante como línea maestra de su reinado, más allá, incluso, de las manipulaciones de toda índole realizadas por el Borbón principal en nombre de España para beneficio propio.

Se quema la Corona porque el propio país se está quemando, como se quema también la propia capital de Europa presa de los mismos separatismos que asolan la patria ibérica. Y se quema la Corona, y el país, sin que el ejecutivo de Zapatero diga esta boca es mía, más allá de dar por sentado que no pasa nada, ante lo que ya se presume una avanzadilla de ruptura del sistema establecido por una ridícula Constitución, amparada por un poder judicial de petimetres con toga.
Esta historia de desencuentros entre españoles no es nueva, la Historia ilustra con sangre las cruentas batallas que llevaron a reconstrucciones que, por lo visto, nunca consiguieron reparar el corazón de gran parte de los otrora contendientes. Pero ocurre ahora que gran parte de los españoles se querellan contra su españolidad, reniegan de ella y plantean el debate, también con muertos sobre la mesa, de que el Estado español no es más que un conglomerado de micronaciones cuya voluntad ha sido secuestrada durante décadas. No se trata por tanto de un desencuentro entre españoles, sino entre presuntos extraños que inventan su propia línea argumental para hacer creer a los demás, y creer ellos mismos, que la razón les asiste y lucharán por ella, empezando por renegar de un rey impuesto y terminando por declarar su independencia.

Si es así, si los que no tienen razón de ser quieren ser a costa de arruinar el estatus de una auténtica nación de cuya identidad dan fe siglos de verdadera Historia, será entonces cuando no quede más remedio que advertir a las autoridades que dicen representarnos sobre la búsqueda de una solución tajante e inmediata. Pero he aquí que gran parte de esas autoridades, que se sientan en un hemiciclo supuestamente respetable, son a su vez los cabezas de la rebelión, dejando por tanto sin validez el recurso a que sean ellos mismos, en tanto que padres de la patria, los que resuelvan sobre nuestra angustia vital. Es aquí donde los patriotas deben aparecer.

La Historia de España, tristemente, parece volver a querer escribirse con letras de sangre, y ello a pesar de que parecería improbable una contienda en momentos en los que la mayoría de los países del mundo envidian nuestra calidad de vida. Pero la Corona se quema, el país se quema y alguien debe gritar ¡Presente! para demostrar que al menos hay un español dispuesto al combate para intentar volver a poner las cosas en su sitio.

Es tiempo de batalla, tiempo por tanto de lamento.

martes, 14 de agosto de 2007

El gran error fascista

Si consideramos el fascismo como legítima opción política hemos de tener en cuenta también, sin más remedio, que desde hace tiempo se está cometiendo un error de tamaña dimensión que hace que sea la supervivencia del propio fascismo la que esté en juego. Y es que no hay error más grande que negar la propia identidad política de uno mismo.
Tal vez en demasiadas ocasiones, he pensado que el ideal del ser humano es abandonar el hecho político y dedicarse a la confraternización entre todas las culturas del mundo, pero esto es casi tan utópico como pensar que las mujeres, sean de donde sean, llegan vírgenes al matrimonio. Por eso, por utópico, y porque la vida sobre la faz de la Tierra se ha convertido en una cuestión de pura supervivencia, es por lo que, guste algo o nada, la cuestión política se hace imprescindible en nuestras vidas y nos obliga a tomar partido respecto de los supuestos líderes que creemos van a defender mejor nuestros derechos. Y aquí el otro ideal, una vez dejado de lado el de abandonar el hecho político, sería el de al menos caminar juntos aquellos que entendemos estamos defendiendo unos pilares culturales similares que permitan perpetuar nuestra tribu en el tiempo, sin embargo, y por muy surrealista que parezca, no buscamos defendernos de un posible enemigo exterior, sino que son los nuestros, nuestros propios compatriotas, a los que ponemos en el punto de mira de nuestra ira política, cuando no personal.
Ser rojo o azul en España, cuando nos enfrentamos a graves problemas derivados de la globalización, debería de ser una especie de chirigota a dejar en manos de las comparsas de carnaval. Pero no es así, después de tanto tiempo, y ante la ausencia de verdaderos técnicos carismáticos, sigue existiendo una división grave entre las dos españas antagónicas que, a su vez, permite que otras múltiples subdivisiones vean la oportunidad del río revuelto para realizar en ganancia de pescadores el anhelo de su propia independencia. Será esta división de subdivisiones la que nos lleve por tanto, por una mera cuestión de supervivencia política, a reivindicar la existencia del fascismo como opción política tal vez, sólo tal vez, mejor que otras, al dejar en manos de personas que entienden del destino en lo universal el camino que ha de tomar la patria para seguir siendo considerada como tal.
Pero he aquí que vivimos en un país donde ser fascista, considerarse o que otros te consideren, es uno de los más graves insultos por encima incluso del tan traído y llevado hijo de puta, entre otras cosas porque de estos últimos los hay en abundancia y perfectamente reconocidos, y si tenemos en cuenta el carácter bastardo de la palabra, sería la realeza la que ostentase ventaja sobre el pueblo llano. Y considerar un insulto ser fascista debe ser porque, ser comunista, viene tocado por alguna especie de gracia de naturaleza desconocida que hace que los adeptos a la orden de la hoz y el martillo parezcan luchadores por la libertad, como nos quieren hacer creer que la Historia ha demostrado. Igualmente, en España debe ser malo ser fascista porque, seguramente, es mejor ser socialista para poder vivir bajo el halo protector de la luz que hace aflorar la intelectualidad. O a lo mejor es que resulta más rentable no ser fascista pero sí ser del Partido Popular, cuyos miembros, muchos de ellos, piensan de manera fascista pero creen disimular haciendo su aportación social renegando de sus orígenes y dando la imagen de la búsqueda de un falso centrismo lamentablemente inexistente. Desde luego, ser fascista, que normalmente viene ligado a patriota, es un insulto para los que desde su onanismo político mental, se consideran descubridores de minúsculos países y reinos perdidos en la noche de unos tiempos que jamás les vieron nacer como tales.
Ahora bien, el gran error del fascismo no es otro que el que los propios fascistas renieguen públicamente de ello, como Pedro negó a Jesucristo, y Dios me perdone por la comparación. Porque son los fascistas los que, al negar su propia existencia, más por imagen social que ideológica, contribuyen en mayor medida a mantener alejada de la realidad una línea de pensamiento político que, visto lo visto, posiblemente sea una de las pocas opciones que queden para mantener intacto el concepto de nación conocido y que está a punto de saltar en pedazos. Es irónico que los que están permitiendo que esta nación se hunda, atrapada por el peso de una Constitución que nos ha dotado de la ilusión de falsas libertades, denominen salvapatrias y le antepongan el apelativo de fascista, y por lo tanto represente un peligro social, a todo aquél que quiere que España mantenga su identidad nacional. Tal vez lo que habría que hacer es sentarse de brazos cruzados y ver como nuestra tribu, nuestro país, deja de serlo al tiempo que nuestra cultura, nuestra idiosincrasia, lo que somos, se pierde en el entramado de esos nuevos españoles venidos de otras latitudes, ya más de ocho millones entre legales e ilegales, y que exigen hacer valer sus culturas y sus derechos, justo lo que nos niegan cuando somos nosotros los que vamos a sus países. Y también tal vez habría que dejar que las memorias históricas sigan dividiéndonos, las alianzas de civilizaciones permitiendo avanzar a las hordas locas de la media luna y las educaciones para la ciudadanía introducirnos en una especie de agujero tan negro como el que rige el universo de lo antinatural.
Si crees que eres fascista reconócelo públicamente, porque la extrema derecha no puede considerarse elemento suficiente de camino ideológico. No reniegues de tus ideales ni de ti mismo, afirma con orgullo lo que defiendes y, sobre todo, no dudes en participar en la batalla de tu propia identidad política, porque es una batalla que se enmarca dentro de la guerra por la supervivencia. Yo soy fascista, ya puedes decir que conoces a uno.

lunes, 16 de julio de 2007

El aspecto de las cosas

No hace tanto que escribía sobre la profesora de mi hijo pequeño la cual, ajena a mis pensamientos políticos, argumentaba que yo no podía ser fascista porque no tenía aspecto de ello. Como quiera que semejantes argumentos me hicieron reflexionar, y recordando las palabras de Pedro J. Ramírez, que en su libro El Desquite afirma que me peino con gomina para parecerme a Jose Antonio, comencé a fijarme en lo que el personal puede llegar a pensar de mí por mi simple apariencia.
En África, continente que frecuento para intentar equilibrar de alguna manera el tema de las pateras, en una ocasión, al decirle a un buen amigo negro que siempre va con traje lo elegante que me parecía su uniforme, puesto que lo llevaba para trabajar, él me contestó que así parecía más importante, pero que yo no hacía falta que me lo pusiera estando allí porque, con ser blanco, ya era suficiente para parecer importante.
Ya en Madrid, he podido constatar cómo algunas mujeres que notan que camino a su lado, exclusivamente porque van en la misma dirección y por la misma acera que yo, agarran fuertemente su bolso tras mirarme de arriba abajo, porque supongo que no tener aspecto de fascista te debe hacer parecer tironero. Esto me resulta muy curioso porque, sin embargo, cuando tengo la oportunidad de hablar largo y tendido (o sentado) con alguna mujer y me sincero con ella, haciéndole saber que mi ilusión es que me mantenga a cambio de sesiones regulares de sexo patriótico, entonces, y sólo entonces, me ofrecen su bolso, sus joyas y todo aquello por lo que en su juventud tantas veces tuvieron que ir a confesarse por haberlo sometido a pensamientos impuros debido, entre otras cosas, a que mi apariencia no debe parecerles la de un chulo.
Por otra parte, y también en relación con las mujeres y el verano, me deja profundamente inquieto acercarme a los puestos de guardia de alguno de los pocos edificios militares que están custodiados por soldados y comprobar que, para esos que están de guardia, no debo tener cara de fascista, ni de tironero, ni tampoco de chulo, por no tener no debo tener cara ni de terrorista, porque me ignoran totalmente si mi presencia coincide con el paso de una fémina bien dotada y poco tapada. Esto de no saber dónde encasillarse uno por su aspecto, en lugar de hacerte creer que eres el hombre invisible, más bien te puede llevar a la depresión existencial de no ser porque, en mi caso, he conseguido sacarle partido. Seguramente, esta confusión metamórfica bien puede hacer que el Sistema también me confunda, y conmigo a los que se atrevan, y no sea capaz de identificar que algo está cambiando realmente allá donde la extrema derecha finaliza. Como en los tiempos de Colón, se pensaba que al final había terribles abismos, por eso nadie intentaba la proeza de asumir llegar a la muerte segura. Así es el fascismo, nadie querrá mirar al abismo pensando que allí sólo está el fin del mundo político conocido, y tampoco nadie querrá reconocer a los que lo habitamos. Será entonces, cuando pierdan su tiempo inclinando la cabeza para mirar su propio ombligo y, de paso, el de su graciosa majestad, rey de las españas por una gracia de Dios, cuando descubran que los aspectos engañan. Para entonces será demasiado tarde.