La idea no es mía, sino de Pedro J. Ramírez, que en su artículo de El Mundo “ETA y el Constitucional” escribe que ellos, los de la banda, “tratan de romper España para crear un Estado vasco independiente al coste que sea”. En su introducción, la del artículo, Pedro J. relata una interesante historia sacada de la Historia, en la que le gusta bucear tanto como a Gustavo Morales, el otrora jefe nacional de Falange.
Cuenta Pedro que allá por 1790, y más concretamente el 11 de enero, hubo un debate en la Asamblea Constituyente que impulsaba la primera fase de la Revolución Francesa y al que asistían dos hermanos vascos. Uno de ellos, Garat el Joven, escritor, manifestó que “Se dice proverbialmente que el diablo vino a vivir con los vascos para aprender su lengua y no lo consiguió”. Por su parte el otro hermano, Garat el Viejo, abogado, añadió “No sé si cuando un pueblo ha conservado durante siglos costumbres patriarcales, puede ser moral y políticamente bueno mezclarle con pueblos más civilizados”.
En este caso, aunque uno no sea tan pertinaz historiador como Ramírez y Morales, he de estar de acuerdo en lo bien traído de la cita pedrojotiana para ilustrar una realidad más que cotidiana que ya, desde la noche de los tiempos, hace que el hecho diferencial vasco sea tan excluyente que hasta el mismísimo Diablo, cuya existencia es reconocida de facto por la Santa Sede, desesperase de aprender una lengua tan intrincada como las mentes de los euskoparlantes.
De no ser por los muertos hasta resultaría gracioso el debate de querer ser nación por agotamiento diabólico, pero hete aquí que hay víctimas, muertas muertas y muertas en vida, y eso eleva dicho debate, no el de 1790 sino el de 2009, a la categoría de enfrentamiento entre pueblos, que no es otra cosa sino una guerra, por mucho que lo queramos disfrazar con palabras menores. Ya José María Aznar, como también cita Pedro, convino que aquellas gentes del norte, a la vista de los acontecimientos, conformaban una suerte de “Movimiento de Liberación Nacional” y esto, que al director de El Mundo le parece un error, a los fascistas nos pareció que por fin se estaban planteando las cosas como debía ser, es decir, dos bandos enfrentados que debían atenerse a las reglas de la guerra, limpia o sucia, la que fuera, pero guerra a fin de cuentas. Sin embargo la alegría nos duró poco, porque de lo que se trataba era simplemente de preparar las condiciones para una nueva negociación, aunque fuera con las imposiciones de un Estado poco dispuesto a bajarse los pantalones.
Muchos muertos después, muchísimos, de los muertos muertos y de los muertos en vida, seguimos preguntándonos qué quieren los vascos y su grupo militar, siguen formando parte de nuestro día a día noticioso, siguen siendo los responsables de que se nos encoja el corazón de cuando en cuando y juegan con nuestra ridícula Constitución con tanta facilidad como lo hacen a la pelota vasca. ¿No sería mejor que, de una vez por todas, se les dijera a los vascos que elijan bando y que los que se decidieran por seguir siendo españoles se aparten para que no les salpique la sangre?
Por ahorrarles trabajo a jueces y fiscales quiero manifestar que Javier Bleda, el que suscribe, no está llamando al pueblo español a levantarse en armas contra nadie, tan ridículo no soy porque puedo imaginar la respuesta popular. Es más, hace tan solo un par de días uno de mis ex suegros, buen amigo por consiguiente del jefe socialista que fuera fundador y jefe de los GAL, me preguntaba por qué los españoles no hacíamos nada para acabar con esta sangría de una vez, a lo que le contesté que, si los ultras éramos incapaces de organizarnos para acabar con el enemigo, ya podía imaginar lo que costaría convencer a las masas que a lo más que llegaban era a mancharse las manos de blanco y a señalar estúpida y borreguilmente sus nucas.
A este juego pseudo filosófico entre nacionalistas de patria grande y de patria chica se nos han unido, por si faltaba algún esperpento, el capitán general de los Ejércitos, Rey de España por una gracia de Franco, y el obispo de San Sebastián que pretende conseguir lo que el Diablo no pudo.
Juan Carlos I ha dicho a su regreso de Madeira, en referencia a ETA, que “Hay que darles en la cabeza y combatirlos hasta acabar con ellos”. ¿Y eso lo ha dicho en calidad de qué?, ¿de Rey?, ¿de Jefe del Estado?, ¿de jefe de los Ejércitos?, ¿de español?, ¿de amo de su casa o de qué? Estas declaraciones, que no son normales en el monarca y que bien pudieran entenderse en el contexto de rabia general, habrían tenido contenido de haberlas hecho en el momento del atentado de Burgos, pero claro, un atentado sin muertos muertos, aunque tenga muertos en vida, no tiene la misma categoría.
De todas formas, ya puestos a dar por hecho que los atentados con muertos muertos son mejores para dejarse llevar por la rabia, tampoco hubiera estado mal que, para “darles en la cabeza y combatirlos hasta acabar con ellos”, Juan Carlos I, Rey de España, hubiese anulado in extremis su viaje a Madeira, calientes todavía los cuerpos de los guardias civiles, y se hubiese puesto al frente de lo que hubiera creído conveniente para el combate al que él mismo apremia a los españoles. Pero no, Su Majestad prefirió no hacerle el feo a su amigo Cavaco Silva, y mucho menos sabiendo que a ambos los iban a investir miembros de la Cofradía del Vino, que como todo el mundo sabe no es cosa menor según para quien, pero no es comparable con la sangre derramada de los guardias civiles.
Y mientras monseñor Uriarte, queriendo ser más que el Diablo de los vascos de Pedro J. de 1790, desde su púlpito de San Sebastián, ofreciendo a la Iglesia Católica como “catalizador del diálogo” siempre y cuando todos nos opongamos “tajantemente al terrorismo con todos los medios justos cuidadosamente examinados y respetuosos de los derechos humanos intangibles”. Como yo no estaba presente en la homilía no tengo ni idea si matizó qué quería decir exactamente con lo de combatir el terrorismo siendo respetuosos con los derechos humanos intangibles. ¿Se refería a que hemos de ser exquisitos con los terroristas para respetar sus derechos humanos intangibles?, ¿es que hay alguien que dude de que, sabedores de que el Diablo no los entiende, no vamos a hacer ningún esfuerzo por enviar sus almas intangibles al infierno? Cosa diferente es que queramos mandar al cementerio a su yo tangible, pero eso ya queda entre el Rey y nosotros, los combatientes.
Y esto último lo digo convencido, porque si el Rey, que es tan católico que hace jurar a los ministros ateos ante una Biblia y un crucifijo, no tuvo el menor inconveniente en refrendar con su firma la ley del aborto, a pesar de las advertencias de la alta jerarquía eclesial, es decir, que si al Rey no le tembló el pulso para autorizar el asesinato de seres humanos no natos, vascos y no vascos, mucho menos le iba a temblar ahora para pasar de la Iglesia y, dejándose de ñoñerías sobre la intangibilidad, combatir al enemigo autoproclamado dándole en la cabeza y donde haga falta. ¿O no es así?, ¿o es que se trata de una de esas proclamas de quien tiene firma pero no pinta nada, de quien viste el uniforme pero no es capaz de dar un puñetazo en la mesa y decir ¡basta ya! de vascos separatistas?
Pedro J. Ramírez, con la finura que caracteriza a este tipo de hombres tangibles por dentro e intangibles por fuera, apunta bien cuando escribe que ETA, a lo que de verdad aspira, es a que el Tribunal Constitucional, ese Tribunal, certifique que Cataluña es una nación y el Partido Socialista de Euskadi se coaligue con el PNV en busca de un estatuto similar, donde lo único que importe es que los togados superiores del reino les den patente de corso para sentir reconocido el hecho diferencial y con ello abierta la ruta legal hacia la negación de España en su día a día.
Si el Rey quiere darles en la cabeza y combatirlos que pida voluntarios y se ponga él mismo al frente, hasta yo pelearía a su lado; agallas desde luego no le faltaron para ver a su padre renunciar a la Corona en su beneficio, o para olvidar sus juramentos a la patria, a esa que le admitió como príncipe y le hizo rey. Pero si de lo que se trata es de lanzar peroratas cara a la galería, de olvidarse que es un militar y con eso de “darles en la cabeza y combatirlos hasta acabar con ellos” sólo quería decir que respetando el estado de Derecho y los bienes tangibles de los terroristas, entonces, no voy a negarlo, me tendrá enfrente, nos tendrá enfrente a los fascistas, porque para ser un buen vasallo hay que tener un buen señor, y no parece que sea el caso.
Claro que también podríamos dar otra lectura a todo esto. Ray Loriga escribe en El País Semanal un artículo titulado “Los niños” en el que apunta que “Todas las leyendas sustituyen la razón por una causa mágica. Podría decirse que la patria es un paraguas similar. Lejos de su cuidado estamos a la intemperie y, sin embargo, no existimos realmente en su cobijo”. Los vascos tienen su causa mágica patriótica, los españoles tenemos la nuestra, todos somos patriotas sin reconocer que, como dice Loriga, “Un patriota es casi siempre el enemigo del futuro personal, aquel que pretende cobrar por algo que ningún individuo puede en esencia perder”. ¿Qué vasco, patriota o no, dejaría de ser vasco porque el rey le atice en la cabeza?, ¿y qué español va a dejar de serlo porque deje de pensar en aquello del imperio donde nunca se ponía el Sol, siendo que además en el norte vasco el astro rey no brilla mucho, como también le pasa al Rey?
Muchas veces me he preguntado qué es ser fascista, o comunista, en estos tiempos globales donde lo divino y lo sublime se funde para dar paso a lo sustancial. ¿Qué derecho humano tangible tienen los vascos para matarnos?, ¿y qué derecho tenemos los no vascos para obligarles a ser españoles?, ¿y cómo se come que Bin Laden, al que todavía no conozco personalmente, se convirtiera en mi enemigo el día que dijo que había que reconquistar Al Andalus, es decir, que quiere invadir Albacete, de donde yo soy y que no es menos que Bilbao?, ¿es que la sangre de uno solo de los muertos muertos, o de los muertos en vida, no vale más que todas las patrias juntas?
Hoy por hoy tenemos una Iglesia Católica, con categoría de Estado, y a la que respetan por igual vascos y españoles, que plantea un diálogo respetuoso entre víctimas y verdugos. Tenemos un Rey de España, miembro de la Cofradía del Vino de Madeira, que aboga por la línea dura de la imposición y el combate. Tenemos también un montón de vascos, demasiados, que sigue considerando que no es correcto intentar mezclarles con pueblos más civilizados. Y tenemos españoles, millones, que durante décadas no han hecho nada, no hemos hecho nada, por equilibrar la violencia o por dar paso a la independencia.
Ante todo esto sólo cabe una reflexión, la que hay que hacerse cuando un niño de cinco años, como el mío, pregunta, ante lo evidente de los telediarios, que por qué unos señores querían matar a los niños que estaban durmiendo en el cuartel de Burgos. Respuestas puede haber muchas, alentando a la violencia o a la paz que puede provocarnos el hartazgo patriótico propio y ajeno, pero yo me quedo con la de Ray Loriga, que puede que no sea ultra, ni patriota español, pero que inteligentemente ha escrito: “Tiene que haber una solución no mal intencionada en la ecuación de la educación de nuestros hijos, una que no incluya ni la magia ni la patria, sino el respeto por las cuestiones que nos incumben y nos cuidan, pero que no nos determinan”.