lunes, 16 de julio de 2007

El aspecto de las cosas

No hace tanto que escribía sobre la profesora de mi hijo pequeño la cual, ajena a mis pensamientos políticos, argumentaba que yo no podía ser fascista porque no tenía aspecto de ello. Como quiera que semejantes argumentos me hicieron reflexionar, y recordando las palabras de Pedro J. Ramírez, que en su libro El Desquite afirma que me peino con gomina para parecerme a Jose Antonio, comencé a fijarme en lo que el personal puede llegar a pensar de mí por mi simple apariencia.
En África, continente que frecuento para intentar equilibrar de alguna manera el tema de las pateras, en una ocasión, al decirle a un buen amigo negro que siempre va con traje lo elegante que me parecía su uniforme, puesto que lo llevaba para trabajar, él me contestó que así parecía más importante, pero que yo no hacía falta que me lo pusiera estando allí porque, con ser blanco, ya era suficiente para parecer importante.
Ya en Madrid, he podido constatar cómo algunas mujeres que notan que camino a su lado, exclusivamente porque van en la misma dirección y por la misma acera que yo, agarran fuertemente su bolso tras mirarme de arriba abajo, porque supongo que no tener aspecto de fascista te debe hacer parecer tironero. Esto me resulta muy curioso porque, sin embargo, cuando tengo la oportunidad de hablar largo y tendido (o sentado) con alguna mujer y me sincero con ella, haciéndole saber que mi ilusión es que me mantenga a cambio de sesiones regulares de sexo patriótico, entonces, y sólo entonces, me ofrecen su bolso, sus joyas y todo aquello por lo que en su juventud tantas veces tuvieron que ir a confesarse por haberlo sometido a pensamientos impuros debido, entre otras cosas, a que mi apariencia no debe parecerles la de un chulo.
Por otra parte, y también en relación con las mujeres y el verano, me deja profundamente inquieto acercarme a los puestos de guardia de alguno de los pocos edificios militares que están custodiados por soldados y comprobar que, para esos que están de guardia, no debo tener cara de fascista, ni de tironero, ni tampoco de chulo, por no tener no debo tener cara ni de terrorista, porque me ignoran totalmente si mi presencia coincide con el paso de una fémina bien dotada y poco tapada. Esto de no saber dónde encasillarse uno por su aspecto, en lugar de hacerte creer que eres el hombre invisible, más bien te puede llevar a la depresión existencial de no ser porque, en mi caso, he conseguido sacarle partido. Seguramente, esta confusión metamórfica bien puede hacer que el Sistema también me confunda, y conmigo a los que se atrevan, y no sea capaz de identificar que algo está cambiando realmente allá donde la extrema derecha finaliza. Como en los tiempos de Colón, se pensaba que al final había terribles abismos, por eso nadie intentaba la proeza de asumir llegar a la muerte segura. Así es el fascismo, nadie querrá mirar al abismo pensando que allí sólo está el fin del mundo político conocido, y tampoco nadie querrá reconocer a los que lo habitamos. Será entonces, cuando pierdan su tiempo inclinando la cabeza para mirar su propio ombligo y, de paso, el de su graciosa majestad, rey de las españas por una gracia de Dios, cuando descubran que los aspectos engañan. Para entonces será demasiado tarde.